Azúcar, el dulce amargo

Azúcar, el dulce amargo

Ya casi estamos en Navidad! Y no sé lo que significa para vosotros, pero para mí, es símbolo de reunión familiar anual con abuelos, padres, hermanos, tíos, primos y primos de primos … aunque el resto del año nunca nos lleguemos a reunir todos, en esos días, movemos montañas para cumplir la tradición de unirnos alrededor de una mesa y del fuego… sí, porque donde hay Navidad, siempre hay un gran fuego que nos calienta.

Y pasando directamente al postre … sobre qué nos reunimos en realidad? Pues eso, alrededor del azúcar. Dulces!!! Pero, ¿serán dulces para nuestro cuerpo? ¿Cuán amargo nos sale este falso dulce? Os digo yo – y todas las investigaciones científicas – que mucho.

Pero ¿por qué es el azúcar tan perjudicial? Hasta hace algunos años, yo misma desconocía los maleficios de este falso compañero. Recuerdo la primera vez que una profesora de reflexología me dijo que evitaba el azúcar para mantener la calidad de sus huesos. Pensé que estaba un poco loca, la tía, y me pareció una exageración. Estaba tan acostumbrada a consumirlo diariamente, que aquella afirmación me movió con mis creencias. De una forma u otra con pocas lecturas percibí que, realmente, el consumo de azúcar es bastante venenoso.

A pesar de endulzar nuestra boca, acidifica nuestro organismo por varias razones. Una vez consumido es conducido directamente a nuestro estómago y hace que se produzca una enorme cantidad de jugo gástrico. Como este tiene un ph muy ácido y nuestro cuerpo necesita equilibrarlo para que el ph de la sangre se mantenga en niveles saludables, el organismo moviliza minerales alcalinos, especialmente calcio y magnesio para neutralizarlo. Así que nuestros huesos sí que quedan con menos reservas de estas sales minerales de cada vez que lo consumimos. Pero la cosa no para aquí …

Al consumir azúcar, o sacarosa, con carencia nutricional pero muy rica en calorías, ésta es rápidamente transformada en glucosa. Por su parte, con los niveles de glucosa altos y para impedir que los niveles de azúcar en la sangre se disparen después de una comida, el páncreas libera insulina. Cuando la glucosa baja, el páncreas detiene la producción de insulina y empieza a liberar glucagón, la hormona responsable por transformar la energía almacenada, el glucógeno, en la glucosa.

Pero si comemos alimentos azucarados, con regularidad y en exceso, el páncreas está siempre produciendo insulina y almacenando glucosa, ya para no hablar del «yoyo» de estímulos.

¿Pero, y no necesitamos glucosa para todo en nuestra vida? De echo nuestro cuerpo necesita energía para funcionar y esta energía nos es dada a través de la glucosa. Sin embargo, las fuentes que benefician el funcionamiento de nuestro organismo son otras, aquellas que obtenemos a través de la ingestión de los carbohidratos complejos -los que se transforman lentamente en glucosa, como las legumbre, hortalizas y algunas verduras- y el de la fruta, fructosa – que siendo un azúcar rápido, contiene fibras, que ayudan a la digestión y aumentan la saciedad.

Uno de los problemas de la sacarosa, es el hecho de ser un azúcar rápido sin fibra, que lo hace entrar en la corriente sanguínea rápidamente, provocando picos en nuestro cuerpo y en el sistema nervioso central, no promoviendo también nuestra estabilidad emocional.

A pesar de empezar a escribir este artículo sobre la Navidad, la verdad es que el consumo excesivo de azúcar en nuestra sociedad pasa a diario. Se ingeren cereales de paquete, refrescos, yogures azucarados, galletas de paquete, entre otros, y nuestro organismo se ve obligado a almacenar glucosa en el hígado que nunca llegamos a utilizar. A continuación, aparece el hígado graso, ya que la glucosa almacenada y no utilizada acaba por transformarse en grasa pudiendo, o no, aparecer grasa acumulada en el cuerpo y obesidad.

La obesidad es quizás el mal más visible del consumo excesivo de este producto, pero no es el único. Los picos glucémicos, los cambios de humor, la somnolencia, la fatiga crónica o el aumento de la presión arterial, que pueden degenerar en problemas más serios como la aterosclerosis o la diabetes, son la otra cara de esta moneda tan pequeña pero que tanto peso tiene en la nuestra sociedad.

Sería ideal eliminarlo de nuestra dieta, pero como esto es muy difícil y más en estas fechas, podemos limitar su consumo a días excepcionales, y esto, ya será un gran avance. Realmente, cuando reducimos o eliminamos su consumo, acostumbramos nuestro paladar a otra escala de dulce y, consecutivamente, necesitamos menos de este sabor.

Pero, ¿cómo hago ante aquella mesa de Navidad llena de «postres venenosos»? En primer lugar, pasé a hacer algunas versiones de los dulces típicos de Navidad pero sin azúcar y muchas veces también sin huevos. Curiosamente, con el paso de los años, algunas de las recetas han sido aceptados y sustituyeron a las antiguas. Además, ya que normalmente no consumo productos con azúcar, mi paladar ya se ha acostumbrado a postres más neutros y los dulces con mucho azúcar ya no son una tentación. En general, si pruebo un poco, ya no tengo ganas de comer más.

Conclusión, en los últimos años, la Navidad ha dejado de ser sinónimo de enfado, acidez estomacal, cansancio y voluntad de dormir después de las comidas.

¡Aún antes de la Navidad, publicaré alguna receta de dulce de la época en una versión más sana y igualmente sabrosa! 🙂

Si, además, tienen curiosidad y quieren saber más sobre los efectos del azúcar en el cuerpo y su masivo uso en la industria alimentaria, aconsejo la lectura del libro «Sugar Blues» de William Dufty.

Me queda desear una Navidad bien dulce, por dentro y por fuera. 🙂



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