Slowliving – tiempo es arte

Slowliving – tiempo es arte

Desde pequeña recuerdo oír que tiempo es dinero. Esta frase fue tantas veces repetida en mis oídos que acabó por convertirse en un mantra grabado en mi subconsciente.

Sin darme cuenta, el dinero, fue el centro de casi todo en mi vida. Tanto que, en el momento de decidir lo que quería estudiar, elegí las ciencias económicas. Podría haber escogido cualquier cosa, ya que casi todas me gustaban, pero ilusionada con la vida de mi padre que «creció a pulso» y «llegó donde quiso», decidí escoger el área que creí ser aquella que me permitía desarrollar competencias para que, como él, pudiera aprender a manejar, a controlar y a acumular riqueza … y así pues ser la niña-prodigio de su papá – pensando que ese prodigio deseado por quien aún vivía demasiado el complejo de Edipo femenino, me traería felicidad.
Hoy soy consciente de que la infancia y juventud que he tenido han sido altamente castradoras de mi feminidad y de cuánto eso afectó mi relación con otras mujeres, hombres, con mi cuerpo y hasta mi sexualidad.

Junto con «tiempo es dinero», el mantra del «parar es morir» estaba bien grabado en mí y este fue tal vez el que vibró fuerte en mi hasta hace poco. Creía que para llegar a algún lugar, tenía que estar siempre produciendo, convirtiéndome en una especie de robot, crítico en relación a todos los que funcionaban a un ritmo más humano que el mío.

En la facultad, el mantra continuó siendo repetido y a ese se le añadió el tan famoso y tantas veces escuchado por todos los que estudiamos economía «no hay almuerzos gratis». Me fue entonces inculcado que el tiempo vale papel y que todo tiene un precio, hasta un simple almuerzo, descuidando el hecho de que hay siempre alguien que lo prepara.

Cuando llegó el momento de empezar a trabajar, pues que elegí a los empleadores que tenían más papel, las multinacionales. A partir de ese momento, mi vida se volvió una locura.
 
Trabajé algunos años en un departamento de ventas de una empresa en el que viajaba muchísimo en coche de norte a sur del país. Descansaba poco y muchas veces mi sueño estaba atormentado con las tareas del día siguiente. No masticaba suficientemente mis almuerzos ya que, en general, comía con una velocidad similar a la que conducía mi coche – siempre en autopista un poco por encima del límite máximo permitido. Corría mensualmente para alcanzar un determinado volumen de ventas y ganar premios que se reflejaban en más dinero en la cuenta al final del mes. Descubrí entonces la receta perfecta para un cóctel que me causó dolores de estómago, infecciones urinarias y mucha ansiedad, vividas año tras año.

Nadie me había dicho que, cuando el tiempo es dinero, acabamos por sentirnos sólo un número en constante competencia para alcanzar la cifra superior. Y así me sentí durante mucho tiempo, pero acomodada a la realidad de tener que hacer como el resto del mundo, seguí en aquella matemática loca en que cualquier suma o multiplicación acababan por dar cero.

Con tanta aceleración, atrae para mí una relación amorosa con ritmo semejante. Y a cada paso dado, sólo aumentaba la locura de una vida muy poco sostenible, nada arraigada y que era guiada por el miedo de no vivir todo hoy, como si el día de mañana nada me fuera a reservar.

Necesité unos buenos años para percibir la locura que vivía en esos tiempos y aún hoy me doy cuenta de detalles de esa época que me dejan extasiada y casi perpleja. Pero poco a poco, esos hábitos se convirtieron en nuevas rutinas y diferentes formas de vivir.

Di algunos pasos de coraje y el primero de ellos fue dejar un trabajo que me destruía. Hoy veo que sólo tuve la osadía de hacerlo porque creía en aquella pasión (o dependencia) loca que vivía. Pero hasta a eso estoy agradecida. Pasados ​​algunos años y con mucho dolor acumulado fue la vez de dejar ir esa relación que ya nada me nutría. Estaba un trasto, pero decidida a descubrirme, a respetarme como mujer y persona y a escucharme más.

Recurrí a diversos trabajos que removieron mis profundidades, sacudieron mis cimientos y ayudaron a hacerme consciente de muchos patrones que vivía. Recuerdo que cuando las cosas empezaron a abrirse, pasé unos dos años en que sentía que todo venía a mi encuentro.

Empecé por hacer un curso titulado de Construye Otra Vida y ese fue mi primero abre ojos. Hice psicoterapia corporal con una señora mágica, en quien descubrí una abuela materna, y con su ayuda pudo sentir mi cuerpo, de los pies a la cabeza, de una nueva manera. Luego me apareció también la otra abuela, para equilibrar aquella dulzura maternal, de esta vez con la seguridad y sentido de dirección paternal, y a través de constelaciones familiares pude rescatar parte de mi pasado y hacer conscientes muchas dinámicas y dolores ancestrales que vivía y que hasta ese momento me pasaban desapercibidos. Después de las abuelas, vinieron entonces las amigas, madres, primas y hermanas.
 
Desde siempre me acuerdo de ser la niña niño, aquella que le gustaban aventuras y andar mezclada con los niños. En la adolescencia también tenía más paciencia para los muchachos que para las chicas, que veía en general como aburridas, sin ser consciente que para quien no tenía paciencia era, muchas veces, para mí. Pero después de mi primera vuelta de Saturno empecé a descubrir también el sagrado femenino, y aprender a respetar a todas las mujeres que hay en mí, fue un gran paso para amistades sinceras y de corazón con otras mujeres.

 Entonces vinieron juegos de la transformación, encuentros y círculos femeninos y algunos barajos de diosas con los que tanto me conecté. De repente, al rescatar mi energía femenina era como si estuviera rodeada de mujeres maravillosas. Por primera vez, viví esas relaciones sin competencia. Y recuerdo pasar un tiempo fascinada con lo que descubría acerca de ser mujer.

 En todo este proceso, la relación con mis padres se fue transformando y curando, y poco a poco las capas que me fueron cubriendo a lo largo de muchos años fueron siendo retiradas, dando lugar a una hermosa primavera en que Sara finalmente desabrochaba.

La conexión con la naturaleza ha aumentado. El deseo de estar rodeada de verde y de mover la tierra fue mayor que antes. Las lecturas de romances y tragedias griegas fueron sustituidas por biografías de personas que me inspiraban, y poco a poco mi vida estaba más ligera y fluía con más magia y sincronía.

 Volví a estudiar y en la Macrobiótica descubrí entonces una filosofía que integraba mucho de aquello en lo que creo. Me iba para las clases de Francisco Varatojo con un entusiasmo que nunca antes había experimentado al aprender. Su carisma y la innata capacidad de inspirar a quien lo escuchaba, haciendo justicia al verdadero sentido de la palabra educar (que viene del latín educare y que significa guiar hacia fuera lo que está dentro), me ayudaron a descubrir algunos de los caminos a recorrer . Las visiones de una nueva vida, más conectada a mí y al que me rodea, con verdad, más certeza y confianza y menos ansiedad, miedos y presión fueron ganando forma.

 Creé tempura.te y empecé finalmente a trabajar en algo que me fascinaba y en que podía ser yo misma en todo momento. La ligereza de hacer algo que me gustaba verdaderamente y en que me sentía realizada fue una nueva rebanada de aire fresco.

 Las frases de toda la vida estaban cada vez más disueltas en las líneas de mi pasado. El tiempo dejó de ser dinero y pasó a ser arte. El movimiento y la acción pasaron a tener sentido sólo cuando me impulsaban a mi desarrollo y las corridas fueron sustituidas por pasos firmes y arraigados.


Tanta mudanza acabó también por traerme un compañero con quien tengo el privilegio de compartir mi vida. Decimos que somos unos afortunados por habernos cruzado. Y hoy, canto aquello que a veces no puedo hablar y pinto aquello que no siempre consigo expresar de otra forma. Me entrego más al presente, a mí y a la vida, y con esa entrega, me siento más íntegra, realizada, tranquila y plena.

 Y lo comparto porque veo que vivimos en una sociedad que castra demasiado nuestra creatividad, que mata a los niños que todos llevamos dentro, que destruye a las cariñosas y dedicadas madres que podríamos tornarnos, que no da espacio a que seamos mujeres y que nos intenta moldear y hacer a todas iguales. Al mismo tiempo, veo que somos cada vez más a parar y sentir lo que nos vibra dentro.

 Este texto viene entonces en forma de esperanza para todas nosotras, mujeres. Para que tengamos el coraje de asumirnos, de conocernos, de aceptarnos, de amarnos y honrarnos.

 Que el tiempo deje de ser dinero y pase a ser arte. Que parar sea significado de mejor amarse y que todas tengamos la capacidad de dentro de nosotras mirar para hacernos más alto volar.



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